Traducido por: Veronica Valdez-Gonzalez
Cada año que pasa, los informes científicos sobre el estado de los procesos ecológicos del planeta son más desgarradores.
El cambio climático ha demostrado cumplir y superar décadas de proyecciones aterradoras sobre el tipo de degradación medioambiental que sufrirán las personas si no se realizan cambios históricos para corregir las prácticas dañinas del estilo de vida humano.
A pesar de la actualización de predicciones como los desastres “naturales” letales, la acidificación de los océanos y el calentamiento atmosférico, la respuesta humana no sólo no ha mejorado, sino que ha empeorado, y parte del problema es la desviación de la responsabilidad.
La idea de que el futuro “está en manos de los jóvenes” se ha llevado a un extremo peligroso en forma de apatía entre las generaciones mayores. La idea de que el cambio climático es un problema que debe resolver solamente la Generación Z se ha sugerido con demasiada frecuencia y se ha perpetuado durante demasiado tiempo en el discurso cotidiano.
Esta idea es una excusa lamentable para la inacción disfrazada de una especie de fe admirable en la capacidad de los jóvenes de hoy para limpiar un desastre mortal que ellos pasaron décadas empeorando.
Es un desvío de la responsabilidad y una redirección de culpa por ignorancia y egoísmo o por impotencia percibida, y perpetúa la idea errónea de que las personas a partir de cierta edad son incapaces de cambiar y contribuir positivamente a la sociedad.
La ciencia conoce desde los años 50 el efecto devastador que las actividades humanas tienen sobre el medio natural tal y como lo entendemos ahora, pero sólo en las últimas décadas las condiciones se han acelerado lo suficiente como para que el público en general empiece a preocuparse.
El hecho de que esta información ha estado disponible durante tanto tiempo, al punto de que la degradación a la que se enfrenta y seguirá enfrentándose indefinidamente el planeta podría haberse evitado siquiera parcialmente, es indescriptiblemente descorazonador. Sin embargo, teniendo en cuenta la apatía que sigue plagando la mentalidad de quienes tienen las herramientas para cambiar las cosas, por desgracia no es tan difícil de entender.
Existe un patrón de pensamiento perjudicial entre personas de todas las edades respecto a cómo la edad afecta al lugar que uno ocupa en la sociedad, principalmente en Occidente. Muchos piensan que el futuro del cambio está casi exclusivamente en el camino de los estudiantes universitarios y los veinteañeros solteros sin familia ni carreras ventajosas que consumen su tiempo, porque para los adultos mayores, ese barco ya ha navegado.
Si los niños no son lo bastante maduros para provocar un cambio social y la mayoría de los adultos son demasiado maduros para hacer lo mismo, entonces queda una ventana increíblemente pequeña en la vida de una persona para poder marcar la diferencia. Parece ridículo porque lo es.
La experiencia vital y la sabiduría que suelen tener las personas mayores podrían resultar cruciales a la hora de intentar comprender cómo lograr el cambio. En cambio, las personas mayores son veneradas en puestos de poder por esa misma experiencia y sabiduría, pero absueltas de culpa cuando llega el momento de abordar cuestiones incómodas y bastante desconocidas como el cambio climático y otras consecuencias aún emergentes del capitalismo a largo plazo.
La edad media de un congresista estadounidense es 58 años. La edad media de un líder mundial es 62 años. ¿Cuánto tiempo debe esperar la Tierra antes de que aparezca alguien lo suficientemente joven como para infligir una reforma del cambio climático, detener las crisis humanitarias mundiales y hacer un intento real de preservar alguna apariencia de futuro para sus hijos en lugar de su riqueza y poder? ¿Cuánto falta para que sea demasiado tarde?
La afirmación de que los jóvenes deben asumir la mayor parte de la responsabilidad de responder al cambio climático es también una de las principales fuerzas motrices de la elevada concentración de ansiedad climática entre la Generación Z. El bombardeo diario de noticias sobre catástrofes relacionadas con el cambio climático y la inacción política es suficiente para provocar una crisis existencial en cualquier persona mentalmente estable.
La Generación Z solo representa el 20% de la población mundial. En 2050, habrá aproximadamente el doble de personas mayores de 50 años que en la actualidad, unos 3.200 millones. Este 20% de la población por sí solo no puede mitigar la degradación ecológica, y será el doble de difícil disolver la apatía entre las personas mayores dentro de 30 años si estos patrones de pensamiento no se exterminan lo antes posible.
Cuando la Generación Z tenga entre 40 y 50 años, de repente el problema lo tendrán que resolver sus hijos. Recuerden que los boomers también eran conocidos por su defensa social.
Es un privilegio vivir en una parte del mundo donde el clima y el tiempo aún no se han vuelto tan extremos que sea necesario emigrar para seguir viviendo. Es un privilegio vivir en un país que puede permitirse el mismo aire acondicionado que hace que en el exterior haga un calor tan insoportable que se haga necesario en primer lugar.
No se trata de un problema que pueda resolver una sola generación, pero quizá sí todas las generaciones.
Todo el mundo, especialmente aquellos que viven en un lugar privilegiado en esta tierra, puede marcar la diferencia, por insignificante que parezca. No importa la edad, todos deben unirse para cambiar la forma en que se organiza y funciona la sociedad.
Todas las personas deben trabajar para educarse políticamente y esforzarse por comprender el modo en que la disparidad afecta a las personas, entender cómo su estilo de vida cambiará el futuro y comprender que la lucha de hoy será el éxito de mañana. No comprender las consecuencias que las propias acciones tienen en el planeta es irresponsable e imprudente. La vida no se detiene después de los 40, pero podría hacerlo después del cambio climático.